Desde el año 2016 la compañía finlandesa HMD lanza todos los años una edición especial actualizada de un viejo móvil Nokia. No un smartphone, sino un teléfono móvil como los que se hacían antes: pequeños, sin apenas pantalla, sin apps y, lo más importante, con una batería que hoy avergonzaría hasta al smartphone de más alta gama. Días, cuando no semanas, sin tener que acercarse a un enchufe.
Esta autonomía es uno de los factores que quienes se interesan por uno de estos teléfonos citan a menudo como razón de compra. A pesar de que los avances de la telefonía en los últimos años nos permiten ahora llevar un pequeño ordenador en el bolso o el bolsillo, lo hacen a costa de utilizar procesadores y pantallas con un mayor consumo y eso se traduce por lo general en dispositivos con los que cuesta a veces llegar al final del día, sobre todo si se abusa de ciertos componentes clave como la cámara de fotos.
En tecnología siempre parece que la respuesta es esperar. Es cierto que los teléfonos hoy en día tienen poca autonomía pero seguro que el año que viene un avance en la fabricación consigue mejorarlas, ¿no? Después de todo es lo que pasa con la tecnología de pantallas, las cámaras o los procesadores.
Pero la tecnología de las baterías es algo diferente. Es lo que sostiene Venkat Srinivasan, científico del Centro Colaborativo Argonne para la Ciencia del Almacenamiento de Energía. En declaraciones a The Verge, Srinivasan argumenta que los avances que se podrían lograr mediante una mejor ingeniería de las baterías ya se han logrado.
Los teléfonos tienen que alimentar procesadores cada vez más potentes y pantallas con mayor resolución pero aunque las baterías son más grandes que las que usaban en su día los viejos Nokia, su capacidad crece de forma lineal, no exponencial como estamos acostumbrados a ver en otros componentes de un teléfono.
Así que las baterías han mejorado en los últimos años, solo que no tanto como el resto de nuestros móviles. Pero más preocupante es el hecho de que todo indica que hemos llegado ya a la densidad de energía máxima que podemos almacenar en las baterías de iones de litio.
Para poder hacer baterías con mayor densidad de energía sería necesario comprimir más la distancia que separa al ánodo del cátodo dentro de las celdas de conforman la batería. El problema es que cuando se ha intentado recortar aún más esa separación surgen problemas como el de las baterías del malogrado Galaxy Note 7 de Samsung. El nivel de precisión que es necesario aplicar en el proceso de fabricación para hacerlo es demasiado alto y cualquier pequeño fallo en una de las celdas puede ocasionar un sobrecalentamiento que acabe por hacer explotar la batería.
La tecnología de iones de litio, simplemente, no da más de sí. Se pueden diseñar componentes que consuman menos (procesadores y memorias más eficientes, por ejemplo) pero al mismo tiempo los fabricantes de telefonía buscan teléfonos más rápidos y con mejores cámaras y pantallas así que las ganancias en un lado de la ecuación se pierden en el otro.
La única solución es dar el salto a una nueva tecnología que sea más eficiente y segura que los iones de litio y que permita aumentar la densidad de energía. La mayor promesa son las baterías de estado sólido en las que el elemento líquido de la baterías (Los famosos iones de litio) se sustituye por un material cerámico o cristalino con propiedades similares.
En los últimos años se han producido avances importantes en este terreno pero, desgraciadamente, no basta sólo con que algo funcione en los laboratorios. Los fabricantes necesitan de materiales capaces de ofrecer un complicado equilibrio entre coste, viabilidad de fabricación en grandes cantidades con un bajo índice de fallos y prestaciones. Hasta que se encuentre el sustituto ideal tendremos que seguir conformándonos con móviles de baterías mediocres.
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